Perdiendo el ritmo



Tienes un hilo bien amarrado al corazón.
No es el famoso hilo rojo que conecta a los enamorados, ni un lacito mono que adorne tu órgano principal del aparato circulatorio.

Es un hilo que te está estrangulando el miocardio, como cuando ibas al colegio y tus compañeros se amarraban uno alrededor del dedo hasta que se les ponía lila.

Y así tienes tú el corazón, lila y con poco oxígeno. Está perdiendo el ritmo.

No sabes cómo este hilo llegó hasta ti, quizás te tropezaste con él por la calle y se te metió en el cuerpo a través de tu nariz o de tu boca. Parece que la mascarilla nos libra de los virus pero no de los hilos de mierda.

Lo único que tienes claro es que si lo hubieras visto, lo habrías cogido y lanzado muy lejos antes de que se agarrara a ti. Se lo hubieras lanzado a otro. A otro que no fueras tú, ni nadie de tu entorno.
Muy, muy lejos, que todo el mundo sabe que cuando algo está lejos, duele mucho menos.

Ese hilo te ha cambiado.
No te deja disfrutar de las aceitunitas con ajo, de las duchas largas de agua ardiendo, ni de las canciones de Annuel. Ya no te preocupa la economía del país, ni un virus con complejo de rey.

Tus mariposas del estómago han pasado a ser murciélagos asquerosos, y a veces en medio de la noche, tu cerebro te despierta para comunicarte que las mariposas se fueron tan lejos que quizás nunca encuentren el camino de vuelta. Y eso te da miedo.

Menos mal que hay gente a tu alrededor. Personas que son apósitos, alcohol y Mercromina. Gente que es Betadine, Paracetamol y Valeriana. Personas que no pueden quitarte el maldito hilo, porque no son cirujanas cardiovasculares, pero que tienen algún tipo de efecto positivo, aunque sea placebo.

Esas personas evitan que se te sequen los pintalabios rojos en el cajón del lavamanos. Te llenan la memoria del móvil de audios de cuatro minutos. Te recuerdan que existe la playa, los restaurantes, y te aseguran que las aceitunitas con ajo siguen siendo un manjar del que puedes continuar disfrutando. El corazón no influye en las papilas gustativas, idiota.

Y menos mal.

Porque al final hay más personas con hilos en el corazón de las que crees. Personas a las que, a veces, también les falta el aire. Aunque las veas caminando por la calle, leyendo en un banco, o hablando por teléfono aparentando absoluta normalidad. La misma normalidad que tú aparentas.

Y tú, tienes suerte de contar con personas con alma de botiquín y manos de desfibrilador, así que sólo te queda cruzar los dedos y confiar en que, algún día, las mariposas encuentren el camino de vuelta a tu aparato digestivo.

Cómprate una Asclepia Curassavica, por si acaso.


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