Entre tú y yo



Le pregunté si entre nosotros había algo y me miró sorprendido.

Entre nosotros, a veces, hay una lata de calamares que nos comemos con el mismo tenedor.
Algunas bebidas llenas de componentes nocivos para la salud, azúcar y hielo.
O unas papas de paquete con mucho glutamato monosódico.

Otras veces, entre nosotros, hay aire contaminado.
Un muro invisible de tres metros de alto.
Una fina capa de látex repleto de lubricante.
O simplemente nuestra epidermis.

A veces, una baraja española, un trivial o un tabú.
El reposabrazos del asiento de un avión.
La palanca de cambios del coche.
O el grifo de la ducha a una temperatura no recomendada por los dermatólogos.

Una mascarilla de tela no homologada.
El olor de un gel hidroalcohólico de dudosa calidad.
Y, quién sabe, quizás hasta una gota de saliva suspendida en el aire contagiada de algún virus.

Y a mí me pareció lo más bonito que alguien me había dicho nunca.

Pero luego empezó a hablar de la crueldad de la vida, de la capacidad que tiene de sacar de su maletín 
de cuchillos profesionales su hacha de cocina y cortar hasta lo más unido. 
A ella le importa una mierda que no seamos un pimiento.

Y yo le dije que si eso pasaba, sería capaz de sacrificar mi preciada botella de ron de caña de 30 años con tapón de piedra volcánica y tirársela a la vida directamente en la cabeza.

Pero él me dijo, primero, que yo nunca he tenido puntería, y segundo, que enfadarse con la vida era una idea bastante estúpida que servía de muy poco.

Así que saqué el ron del ropero,


Y brindamos.

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