Y justo apareces ahora



Estaba disfrutando de una cervecita en soledad en la terraza de Antonio, con una carrera en la media de la que no me había percatado y pensando en que suspendería mi próximo examen, cuando te vi pasar por la acera de enfrente.
 
El impacto de verte me sentó como un bofetón limpio con la mano abierta, y fue tan violento, que me hizo ver la luz al final del túnel junto al trailer de la película de nuestra relación.
 
Agosto. 2012. Te acercas y me besas. Tu pelo enredado en la playa y yo hipnotizada por tus puntas abiertas. Tú con mi bufanda rosa en aquel concierto y yo mirándote a ti en vez de a Juan Luis Guerra. Tú con espuma de cerveza en el bigote y yo sonriendo con un Martini en la mano. Tú mordiéndome la nalga y yo siendo tremendamente feliz. Tú diciéndome que me llevarías al fin del mundo y yo preguntándote si allí hacían mojitos.
 
Estabas tan guapo. TAN GUAPO. Casi se me había olvidado que existías.
Y mientras te veía caminar por la acera, me percaté de que sonreías como nunca.
 
Entonces empecé a moverme de forma un poco exagerada. Quería que me vieras sin que yo tuviera que llamarte. Que pareciese casualidad. Quería que vinieras, que te sentaras conmigo, que me contaras lo que me perdí de tu vida en estos años. Quería amarrarte a la silla y no dejarte escapar hasta que te bebieras una botella de vino conmigo. 
 
Quería que te dieras cuenta de que ahora yo soy mucho más interesante, de que tengo más cosas que ofrecer. Me he revalorizado con los años, cariño, y es una pena que te vayas sin saberlo.
 
Pero entonces el trailer continuó.
 
2013. Yo angustiada y tú mirándome despreocupado. Yo hablándote de mis sentimientos y tú mirándome despreocupado. Yo contándote mis problemas y tú mirándome despreocupado. Yo con una lágrima en el ojo y tú mirándome despreocupado. Tú y tu despreocupación de mierda, siempre y cuando no estuviéramos hablando de tus problemas de mierda, que lo único que hacía era amargarme la existencia y hacerme sentir como una mierda.
  
Así que pasé de moverme aparatosamente a ponerme las gafas de sol. Miré fijamente a un punto de la forma más inexpresiva posible. Me quedé muy quieta, con la esperanza de que no te dieras cuenta de que yo estaba aquí y que no se te ocurriera la incoherente y absurda idea de acercarte para compartir una botella de vino conmigo.
 
Y en cuanto doblaste la esquina, abrí una pequeña puerta dentro de mi cerebro en la que guardaba todo sobre ti, y dejé que se escaparan contigo mis disparatadas ganas de volver a cabalgar una vez más sobre la gomaespuma polvorienta de tu sillón.




-Antonio, la cuenta por favor.


Esta noche te busco en Facebook a ver cómo te va.

2 comentarios:

Vistas de página en total