Mi segundo parto



Día 1 de enero, decido ir a urgencias porque me encuentro un poco rara y estoy teniendo alguna contracción.


En las últimas visitas ya me habían dicho que el niño era grande, así que yo tenía claro que iría al hospital desde que notase algo. Si mi destino consistía en que mi hijo me destrozara el suelo pélvico con su gran cabeza... por lo menos que fuera en un entorno médico que pudiera hacer frente a la situación y no en el coche, de camino al hospital, gritándole a mi marido que a partir de ese momento nuestra relación amorosa se basaría en el respeto porque yo no iba a echar un polvo nunca más. 


Llego y me pasan a monitores para comprobar la frecuencia cardiaca del bebé y contabilizar mis contracciones. La matrona me hace un tacto vaginal y me asegura que no estoy de parto, sin embargo, me comenta que con el tiempo que tengo y el tamaño del Churumbel puedo decidir hacerme la cesárea en ese mismo momento. Nos deja un rato para pensarlo y decidimos que lo mejor es esperar. 


Mi mente se prepara para irse a casita cuando vuelve a entrar la matrona y nos dice: La decisión está tomada, el niño tiene las pulsaciones muy altas así que te haremos la cesárea ya mismo. 


Me puse a temblar al recibir la noticia, mi marido se levantó de la silla y no paró de caminar de un lado a otro. En ese momento mi odio hacia él creció por el simple hecho de no estar embarazado. Le dije muchas cosas que no recuerdo, pero que seguro se podrían resumir en: PREFIERO UNIRME A LAS MONJAS DE BELORADO ANTES QUE VOLVER A PASAR POR ESTO ASÍ QUE VETE PIDIENDO HORA PARA CORTAR TUS CONDUCTOS DEFERENTES.


Me ponen el maravilloso outfit de bata azul con culo al aire típico de las cirugías. Le pregunto que dónde está el baño, ya que la noticia había activado súbitamente mi intestino (siento ser tan específica). Cuando salgo de liberar mis nervios, no sé volver a la camilla, así que camino por los pasillos con mi culo al aire hasta que la matrona me ve dando vueltas como pollo sin cabeza y con mucho amor me guía de vuelta al box.


Me comenta que será el primer nacimiento del hospital y que me van a regalar una canastilla para el bebé. Yo deseo profundamente que en esa canastilla, a parte de cremas y biberones, haya una botella de ginebra. (Spoiler: no había ninguna, ¿Quién hace ese tipo de canastillas?)


Pasa el médico a verme. Me explica que vamos a tardar un poco en entrar a quirófano porque están operándole un dedo a un señor y yo sonrío cuando en realidad quiero decir: Por mí como si se los operan todos, ¿No pueden sacar a mi bebé de la barriga de ese hombre? Yo me quiero ir a mi casa.


Llega el momento y me cambian de camilla para trasladarme. Y como el cuerpo humano es una puta maravilla, el cerebro me da una tregua y todos los nervios se esfuman desde que entro a quirófano. A partir de ahí, ocurre lo mismo que en mi cesárea anterior: pinchazo de anestesia, me colocan, me preparan, me da un pequeño mareo de unos minutos que no tarda en irse, entra mi marido con su abdomen intacto para acompañarme mientras cortan el mío…


Sacan a mi Churumbel muy rápido, aunque les costó un poco porque el caballero era grande. Y eso que estaba en la semana 38... Si llego a parir en la 42 doy a luz a un niño de 8 años. 

El bebé llora un poco y yo también. Me lo acercan para que lo conozca y luego se lo llevan, acompañado de mi marido, a hacerle todo lo demás.


Yo me quedo para que los sanitarios acaben lo que empezaron con la esperanza de que se equivoquen y me hagan una abdominoplastia aprovechando la anestesia. Pero no. Acaban enseguida (la vez anterior estuvieron más tiempo) y en poco tiempo me vi dándole la teta al Rey de la casa.

Y aquí estamos otra vez, vuelvo a ser una vaca lechera con barriga de postparto, con el sex appeal en el subsuelo y con una mezcla de olor a regurgitación, leche materna y caca.  Tengo que destinar, por segunda vez, parte de mi dinero a sesiones de fisioterapia de suelo pélvico y entrenamientos personales para hacer frente a las secuelas físicas de esta brutal experiencia.


Y así continuará mi vida, con una Churumbela maravillosa de dos años y medio, y un Churumbel que en vez de leche materna parece que come bocadillos de mortadela Citerio.


Y aunque ya me visualizo haciendo algunos planes que tengo aparcados desde hace tiempo, como perrear hasta abajo en un concierto o mandarme una botella de vino cenando con mis amigas, ahora mismo no se me ocurre mejor plan que hacerme una vieja chocha junto a ellos.


Le agradezco a la vida esta gran experiencia. Y a mis churumbeles, gracias por darle una patada y mandar a tomar por culo todo lo que antes me parecía importante. Que la vida nos conceda la salud necesaria para disfrutarnos y que cuando cumplan los treinta y largos, mientras brindamos con una cerveza, puedan echarme en cara algún traumita leve de la infancia.


Los quiero mucho, 

(Aunque me dedique a esconder las golosinas para comérmelas yo)

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