Hoy, y sin que sirva de precedente, me pondría mi vestido negro, ese que nunca me has visto pero que sé que te encantaría.
Y hoy, no tendría que pedirte que vinieras, porque lo harías por tu propio pie.
Hoy, parecería que yo llevo las riendas del juego y que tú simplemente las sigues.
Hoy, te llevaría a algún lugar absurdo y sin magia, que se volvería ideal y mágico por el simple hecho de que lo pises tú.
Y hoy, hablaríamos más que nunca.
Reiríamos, más que nunca.
Y hoy, tal vez, entre risas, palabras, y miradas, nos acercaríamos más que nunca.
Y entre tanta confusión volveríamos a mirarnos y nos daríamos cuenta de que estamos equivocados. Sobre todo tú.
Y entonces, regresaríamos a nuestras respectivas casas.
Yo me quitaría mi vestido y me convertiría nuevamente en mi yo razonable.
Tú acostarías en tu cama, mirarías al techo y, durante esos minutos antes de dormir, te preguntarías si mañana me volverías a ver, si volvería a tocar en tu puerta con el vestido negro, o si era realmente cierto que lo que había ocurrido era simplemente fruto del hoy,
y que, por lo tanto, no podía servir de precedente.
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